El lenguaje clásico de la arquitectura se conformó como respuesta a las inclemencias del tiempo con la tecnología de la época; el frontón del templo griego habla de las pendientes necesarias para guarecerse de la lluvia; las molduras se configuran como goterones para evitar que resbale al interior; mientras las columnas se modulan para permitir el paso de la luz en una época sin vidrios.
En contraste, el movimiento moderno adoptó el cubo blanco como expresión máxima de la superioridad tecnológica que independiza la arquitectura del clima. El cubo blanco es posible, porque hay impermeabilizantes, vidrios, calefacción, aire acondicionado, y por la energía del petróleo y del carbón, que en aquella época se consideraban inagotables.
Hoy sabemos que aquella superioridad tiene límites, que la energía es cara, que el petróleo se acaba, y sobre todo que sus emisiones de gases de efecto invernadero amenazan nuestra supervivencia. También sabemos bien que acondicionar el aire no es simplemente regular la temperatura, sino la cantidad de oxígeno y CO2, la humedad, partículas en suspensión, compuestos orgánicos volátiles, hongos, bacterias, y virus.
Hemos de idear un lenguaje arquitectónico como respuesta al cambio climático. Hemos de acondicionar el aire con arquitectura.
En esta conferencia presentaremos obras de nuestra oficina en las que el esfuerzo para acondicionar el aire con el mínimo esfuerzo energético genera lenguaje arquitectónico.